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Mostrando entradas de abril, 2012

Perdí el libro y el interés

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A propósito de la Feria del libro, Arturo y yo tuvimos una conversación que fue a parar, entre muchos temas afines, en el ejercicio de recordar todos los episodios en el que nuestro patrimonio literario ha sido de alguna manera afectado. Su “biblia” –así le llama a la gran obra de Junot Díaz- recién la recuperó después de que una amiga, la tuviera por meses. Mientras me contaba la hazaña-suerte de tenerla nuevamente en sus manos, yo recordaba mis dos más tristes casos: uno, en el que tristemente perdí el libro, y el otro, en el que desgraciadamente perdí el interés.  Siempre me atrajo Grecia y Roma por su filosofía, pero sobre todo por su mitología, por eso me compré un librito azul que me pareció fantástico: “Los fantasmas de Roma”, de Paloma Gómez. Era perfecto;  pequeños cuentos que revelaban detalles, nombres y sitios específicos en el que aparecían los espectros. El profesor de Historia de las religiones tuvo un antojo delicioso con él  y a cambio de éste, me ofreció el préstam

Soy Capote

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Y sí, digamos que todo él gritaba vanidad, sobre todo cuando en una ocasión se atrevió a afirmar y a reconocerse: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”, frase que pasó a la posteridad.  Luego de admitir que sí, que su ego era más grande que su cuerpo, caemos en cuenta que ése es precisamente el comportamiento frente al que nos hacemos ciegos, porque ¿quién dijo que la conducta y la personalidad de los artistas tiene que ser intachable? Más cierto no puede ser que muchos cometemos el desliz de querer que los escritores sean como sus obras los sugieren y no como la realidad los denuncia. Pero, para citar a un lector de José Luis Merino, columnista del diario El País: “Es una certeza que para los grandes escritores de cada época, la fama es justa, la belleza perdurable y el tiempo les pertenece”. Ha pasado con Capote. Sus libros son, sin duda alguna, una buena referencia para los del oficio de la escritura y los aficionados a la lectura. Y “A sangre fría”, esa

Haciendo memoria

Me acuerdo mucho y  de  todo. De la mañana dando vueltas en la tienda tras cosas imposibles solo para consolarnos el desasosiego, del árbol de mamón que crecía en el patio de la ferretería junto a las montañas de arena; ese olor tan embriagante de la fruta que no me dejaba comerla en paz. También de aquella vez que descubrimos que las multitudes me asfixiaban y andaba con mi carterita de un azul cielo. De cuando caminar era la única opción y para que el viaje no pareciera largo me comprabas una paleta de helado; la brisa derretía el hielo tintado que se chorreaba y entonces llegaba como manchas y gotas de color a la ropa; un nuevo estampado en cada salida. Caminamos mucho, antes se podía y era necesario. Del cuento de los tiros, de la deserción, el camión lleno de maletas, del vendedor de biblias, del golpe con la sombrilla, el sacrificio diario,  las goteras sincronizadas, las amanecidas, de las limonadas, la mitad del callejón con flores y la otra con verduras, el miedo y la falta de