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Al que le sirva...

Es verdad que el país atraviesa momentos difíciles y puede que el tema de las protestas, Leonel, Danilo, la Reforma fiscal, el  Código  penal, etc. les tengan hasta la saciedad. Sin embargo, aunque se hastíen, piensen que lo positivo de todo esto es que existe un grupo que está despertando. Todo el que ha decidido no quedarse callado lo hace por los derechos de todos, incluso los suyos que también son ciudadanos dominicanos y pagan impuestos (asumo). Si todo este tema los tiene cansados, les aconsejo que se desconecten de las redes y siéntense a esperar los resultados, para luego gozarlos y alardear de ellos, orgullosos. Es más fácil no enterarse ni hacer nada, ¿no? Quizás no se logre mucho, o quizás sí. Aquellos que se han levantado a protestar merecen respeto. Mientras; ustedes están sentados con sus problemas resueltos o disfrutando del paisaje desde su balcón, con su dedo acusador, reclamando un mejor clima. Los cambios no vienen solos.  Cruzarse de brazos es una opción, pero c

El lugar correcto

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Lo curioso, es que una hora antes le decía a una amiga, con la boca llena de certeza, que lo único que salva a uno es la música: “por ella y la literatura estamos vivos, lo demás son cuentos de camino, te lo juro”… y no tuve que empeñarme en extender mis argumentos porque enseguida ella dijo que sí; que es verdad que lo demás es monte y culebra, que si estás triste o alegre hay siempre alguna canción que te sirve de soundtrack, o banda sonora que es lo mismo. Una hora más tarde yo me entregaba, aunque debía decir que en realidad me abandonaba, a la canción que la mañana de ese día sirvió de despertador: “Crave you”. Parecía una sonámbula que se movía con el vaivén del sonido, lo sentía. Me abandonaba. Quien me hubiera visto, seguro me  creía triste, pero en realidad yo celebraba. La música sonaba, la brisa golpeaba mi cara y era una mujer que volvía a constatar que el sitio en el que quería estar era justo en el que estaba...

La enseñanza de la ciruela pasa

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Cuando Willie Colón asegura que no existe eternidad, no solo se refiere a la muerte. Mientras vivimos, cada cosa es perecedera. Por eso siempre se ha hablado de la importancia de saber vivir; de transitar como seres humanos de calidad. Ser personas que luchen y trabajen por hacer realidad sus sueños, dar el todo por el todo, pero nunca olvidándonos de que no estamos solos. Cuando era muy niña comprendí el valor de las cosas materiales con el siguiente ejercicio: cerraba los ojos e imaginaba que podía tenerlo todo: casas, ropas, helados, carros, todos los juguetes...imaginaba que tenía acceso a todo, pero que solo estaba yo.  La calle, el barrio; la ciudad estaba vacía. En ese escenario, me veía disfrutando de todo pero pronto me aburría la soledad.  Supe, entonces, que todos necesitamos de todos. Podía tener casas, pero a nadie que me acompañara; ropas, sin que nadie me las viera puesta, helados que se derretirían pues nadie podría mantenerlos refrigerados o hacer otros cuand

Tan a tiempo...

Hay cierto placer en el retraso. Aquello de conseguir paz con la certeza a veces es morir; matar esa angustia que define a la vida. También sirve, el retraso, para imaginar y jugar con la incógnita de lo que pudiera ser. En eso pienso mientras vuelvo a pisar la calle, como un zombi al que le han hinchado el alma de algún néctar bendito y sale despavorido. Desacelero y permito que la noche se vaya posando en mí. Camino y siento la cantidad de versos que me van surgiendo, ojalá y perduren hasta que pueda escribirlos. Es el trance; los versos, observar a la gente, sentir la brisa, la noche que me pasea…hay un millón de historias sin escribir y hay cierto placer en el retraso de su traspaso de la memoria al papel. Pudiera hacer varias versiones de este encuentro; todas las que sucedieron. Que mientras hablabas, Silvio Rodríguez cantaba “El necio”, por ejemplo. O que recordé a “También la lluvia”; la lucha por el agua en Bolivia. Que a tu partida; con todo y forma, la esperé y exactamente

Perdí el libro y el interés

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A propósito de la Feria del libro, Arturo y yo tuvimos una conversación que fue a parar, entre muchos temas afines, en el ejercicio de recordar todos los episodios en el que nuestro patrimonio literario ha sido de alguna manera afectado. Su “biblia” –así le llama a la gran obra de Junot Díaz- recién la recuperó después de que una amiga, la tuviera por meses. Mientras me contaba la hazaña-suerte de tenerla nuevamente en sus manos, yo recordaba mis dos más tristes casos: uno, en el que tristemente perdí el libro, y el otro, en el que desgraciadamente perdí el interés.  Siempre me atrajo Grecia y Roma por su filosofía, pero sobre todo por su mitología, por eso me compré un librito azul que me pareció fantástico: “Los fantasmas de Roma”, de Paloma Gómez. Era perfecto;  pequeños cuentos que revelaban detalles, nombres y sitios específicos en el que aparecían los espectros. El profesor de Historia de las religiones tuvo un antojo delicioso con él  y a cambio de éste, me ofreció el préstam

Soy Capote

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Y sí, digamos que todo él gritaba vanidad, sobre todo cuando en una ocasión se atrevió a afirmar y a reconocerse: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”, frase que pasó a la posteridad.  Luego de admitir que sí, que su ego era más grande que su cuerpo, caemos en cuenta que ése es precisamente el comportamiento frente al que nos hacemos ciegos, porque ¿quién dijo que la conducta y la personalidad de los artistas tiene que ser intachable? Más cierto no puede ser que muchos cometemos el desliz de querer que los escritores sean como sus obras los sugieren y no como la realidad los denuncia. Pero, para citar a un lector de José Luis Merino, columnista del diario El País: “Es una certeza que para los grandes escritores de cada época, la fama es justa, la belleza perdurable y el tiempo les pertenece”. Ha pasado con Capote. Sus libros son, sin duda alguna, una buena referencia para los del oficio de la escritura y los aficionados a la lectura. Y “A sangre fría”, esa

Haciendo memoria

Me acuerdo mucho y  de  todo. De la mañana dando vueltas en la tienda tras cosas imposibles solo para consolarnos el desasosiego, del árbol de mamón que crecía en el patio de la ferretería junto a las montañas de arena; ese olor tan embriagante de la fruta que no me dejaba comerla en paz. También de aquella vez que descubrimos que las multitudes me asfixiaban y andaba con mi carterita de un azul cielo. De cuando caminar era la única opción y para que el viaje no pareciera largo me comprabas una paleta de helado; la brisa derretía el hielo tintado que se chorreaba y entonces llegaba como manchas y gotas de color a la ropa; un nuevo estampado en cada salida. Caminamos mucho, antes se podía y era necesario. Del cuento de los tiros, de la deserción, el camión lleno de maletas, del vendedor de biblias, del golpe con la sombrilla, el sacrificio diario,  las goteras sincronizadas, las amanecidas, de las limonadas, la mitad del callejón con flores y la otra con verduras, el miedo y la falta de