Candados, puentes, amor y ciudad…
Por: Erinia Peralta, firma invitada. Fotos: fuente externa.
Algunos dicen que todo
empezó con la novela “Tengo ganas de ti”, de Federico Moccia, ahí los amantes
colocaban un candado a una de las farolas del
puente Milvio, Roma y tiran la llave al Tíber en señal de que su amor duraría por siempre o asegurándose de que dure por
siempre.
Después de esto se desató
la moda (¿moda?); Puente
de las Artes, París, Francia, Puente Mecsek, Pécs, Hungría, Puente
Hohenzollern, Colonia, Alemania, Puente Vecchio, Florencia, Italiay poco a poco las
ciudades europeas han ido perdiendo espacios en los puentes ante la señal más contundente del amor. Millones de turistas
ponen la colocación del candado como un “must” al visitar estas ciudades, no
sabemos cuántas llaves se encontrarán en el fondo de estos legendarios ríos.
Paris, la ciudad del amor, sigue siendo la elegida por excelencia. Pero como bien explica
Pedro Guerra en su canción Lazos;
“Forzaste quizá
demasiado
los lazos pensando que
en eso consiste el amor
en dar sin medir
el calor de un abrazo
quién sabe qué fue
lo que paso”
Amarrar el amor en los puentes europeos está empezando a crear una
situación a los gobiernos de esas ciudades, se dice que algunas de estas están
contemplando la prohibición, que algunos puentes ya no se ven, pues solo son un “un gran caparazón de metal” o
dicho en una forma más poética puentes cubiertos de amor, de buena fe y buena
voluntad.
El ayuntamiento de Paris, por ejemplo, ha propuesto sustituir los candados
por “selfies” debido a que ya el peso de éstos está amenazando la estructura. En Roma una farola del puente
Milvio se cayó y desde entonces, los
candados están prohibidos bajo pena de multa.
En Venecia ya se pueden ver
carteles con la frase “unlock your love” o “libera tu amor” solicitando a las
personas que quiten sus candados de las estructuras que ya empiezan a resistir
el peso, que puede llegar hasta 12 toneladas. Otros lugares han construido
estructuras especiales para colocar los candados.
Quizás todo sea una especie
de metáfora y vuelvo a parafrasear a Pedro:
“Pero pensando
que el tiempo es vela
que se deshace sin avisar
encarcelaste al amor que vuela
con el temor de lo que se va”
Después de todo, el amor no es para atarlo inmóvil a una estructura
aparentemente solida, el amor es para liberarlo, el amor es un constante fluir,
no es para quedarse en el puente, sino cruzar el puente y atreverse, pues el amor es
libertad y es precisamente ese fluir, ese cruzar, ese atreverse, esa libertad
de amar el mayor y más grande gesto de amor.
De algo sí estamos bien seguros: detodos estos amores atados a estos
puentes, la ciudad es cómplice y propiciadora. ¿Tocará ahora apelar al amor por
la ciudad? Mientras el amor
copa los puentes de las ciudades europeas que tanto anhelamos visitar, mientras
los gobiernos de esas ciudades buscan la cura ante aquel derroche, insisto en que el mayor gesto de amor no es
atarlo a una estructura (física o institución jurídica) el amor es fluencia, la
mejor y más autentica muestra de amor es amar. Para lo demás, la ciudad debe
estar ahí, ofreciéndote esos escenarios que propicien que ese “amar” encuentre
la calidez y refugio donde desarrollarse.
Albergar en ella todos los gestos diarios de amor, guardar sus historias y
esperar que esos amores perduren, como debe perdurar la ciudad misma. Pero siempre
quedan las preguntas que el sabio Pedro ya se hizo:
¿Cómo hacer para
no quererle?
¿Cuál es el paso que hay que medir?
¿Cuál es el límite de la fuente?
¿Cuál es el tope de la raíz?
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