Al mamón le di mención en una oda que escribí pensando en mi padre. Tanto así me marcó esta fruta de textura arenosa cuyo árbol conocí en mi barrio; estaba plantado en el patio de la ferretería y a sus pies los camiones de volteo colocaban la montaña de arena de hacer mezclas para la construcción. Eran de esas casualidades que me ponían a pensar: la arena en el suelo y la fruta arenosa creciendo arriba. Pero mi tema con el mamón es otra cosa. Sucede que esta fruta es terriblemente dulce, es dulcísima y yo, que nunca he sido amante del azúcar, era víctima de nauseas cuando osaba comerme una. Pasó el tiempo y como muchos otros árboles frutales el mamón fue desapareciendo de la ciudad. Hace unas semanas estuve conociendo el parque infantil y temático de la provincia de Barahona y allí me topé con “la mata” de mi infancia. Me costó reconocerla. Era un árbol relativamente joven, el tronco torcido y las ramas inclinadas al suelo, me sorprendió que tuviera varios frutos verdes a la
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