Perdí el libro y el interés
A propósito de la Feria del libro, Arturo y yo tuvimos una conversación que fue a parar, entre muchos temas afines, en el ejercicio de recordar todos los episodios en el que nuestro patrimonio literario ha sido de alguna manera afectado. Su “biblia” –así le llama a la gran obra de Junot Díaz- recién la recuperó después de que una amiga, la tuviera por meses. Mientras me contaba la hazaña-suerte de tenerla nuevamente en sus manos, yo recordaba mis dos más tristes casos: uno, en el que tristemente perdí el libro, y el otro, en el que desgraciadamente perdí el interés. Siempre me atrajo Grecia y Roma por su filosofía, pero sobre todo por su mitología, por eso me compré un librito azul que me pareció fantástico: “Los fantasmas de Roma”, de Paloma Gómez. Era perfecto; pequeños cuentos que revelaban detalles, nombres y sitios específicos en el que aparecían los espectros. El profesor de Historia de las religiones tuvo un antojo delicioso con él y a cambio de éste, me ofreció el préstamo de otro texto a modo de garantía. Accedí. Pasaron, que yo recuerde, al menos cinco cuatrimestres y para cuando quiso regresármelo ya me conocía el “Amor en la Roma antigua”, de Pierre Grimal, y “El arte de Amar”, de Ovidio. Retomé la lectura -se quedó con mi marcador magnético de ángeles- y ¡plop! –como en las historietas de Condorito- descubrí que junto con los fantasmas se perdieron con el tiempo mis ganas de seguir leyéndolo.Cuando terminé “Placer licuante”, de Luis Goytisolo, lo puse en las manos de mi cuñada, junto con “Café solo”, de mi amada A. Christie. Sí, éste es el episodio en el que perdí el libro. Después de años, me devolvió –para mi suerte- el de Ágata. El de Goytisolo; se licuó con todo y placer, con mis notas al margen y mis subrayados. Siempre que recuerdo que debo pedirle encarecidamente mi libro, es ya noche y tarde.
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