Saber qué se quiere y hacia dónde ir. Es la mecánica diaria y hasta para comer existe esa dinámica, lo demás es galloloquismo o en su defecto espontaneidad. Lo último está bien cuando se quiere ser aventurero o cuando es necesario agregar algo de “emoción” a lo cotidiano. Pero en cuestiones de trabajo debe existir necesariamente una meta, y ninguna meta carece de estrategias; éstas, a su vez, son inaplicables sin planificación: objetivos, recursos, dead line… Trabajar dando tumbos, dando palos a ciegas, hace cumplir un objetivo mediocre, impreciso; si es que se cumple. Más que nada, rompe la dinámica de todo un equipo, irrumpe los esfuerzos individuales, desmoraliza y hace que el conjunto pierda interés en la causa. Todo eso se resume más o menos como “a la brigandinaza”, para ponerle un nombre popular. El resultado es predecible. La cantidad de tiempo y energía que se derrocha con un sistema en el que no existe planificación es, más que incalculable: invaluable.
Que Hablar solos es
una mina de imágenes literarias, de palabras que se unen y te retratan en una
situación que, aunque no te pertenece, bien pudieras encajar en ella. Te suena
familiar, él dice lo que tú sientes aunque no lo hayas sentido. ¿Será posible? Y
me costó soltarlo. Hablar solos es un libro con el que me descubrí tomando precauciones para alargarlo, medicándomelo
con horarios estrictos. Me negaba a llegar al final. Así que me auto castigaba,
me torturaba y luego me extasiaba. Mi delirio anduvo por el hecho de que leí lo
que escribió Neuman que decía Elena, que habla de mí. Me examiné. Releía y no. Hay una intensidad que llama a curiosidad. Especulo con
la construcción emocional de este personaje: captó al dedillo las emociones
contenidas en un testimonio de mujer, quizás observó, imaginó…acertó.
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